Conocí a Pepe Rubianes hace muchos años de la mano de mi buen amigo, el escritor Andreu Martín. Los tres hicimos del restaurante Can Lluís situado en la histórica calle de la Cera, nuestro lugar de encuentro y tertulia. Allí, Ferrán nos deleitaba son sus mejillones a la plancha, sus buñuelos y su arroz “del senyoret”.
Rubianes me pereció un tipo entrañable, extremadamente sensible, aunque triste y vulnerable.
Dos vidas en una me dijo Andreu. Efectivamente, en el escenario un torbellino de ingenio e impertinencia. En la vida privada, un hombre timorato, introspectivo y frágil.
Me quedó con sus dos vidas y con su calle en la Barceloneta. Mejor una sonrisa que un sable. Mejor una actuación que una gesta. Prefiero la irreverencia a la disciplina. Necesitamos más poesía y menos épica.
Un homenaje entrañable
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